Hace diecisiete años Harrison Ford dijo entre dientes cuatro palabras que definieron un género completo, una identidad y un país: “Salgan de mi avión.” En un mundo antes del ataque del 11 de septiembre, las demonstraciones de alegría patriótica no faltaron en los largometrajes de películas como “Air Force One” en la cual un hombre excepcional y además presidente de los Estados Unidos hace justicia eliminando a cuentagotas una milicia de terroristas rusos fieles al régimen que tuvieron la muy mala idea de tratar de desviar su vuelo de regreso proveniente de Moscú. Las cosas han cambiado de manera que en el 2014 ya no se tiene el lujo de tratar un tema de esta seriedad a la ligera como se podía antes. La película permanece vigente pero debe adoptar un nivel mayor de prudencia.
Desde el inicio nos vemos sumergidos en una narración obscura de Liam Neeson en la piel de Bill Marks, un policía del aire que calma sus nervios con un trago de whiskey. La entrega de este policía del aire a su trabajo no pierde empeño ni siquiera cuando ingesta algunas bebidas alcohólicas y así es que Mark estudia detenidamente muchos personajes que más adelante toman parte en el guión. Luego del despegue Marks está absorbido en una búsqueda inconsciente para tratar de descubrir al personaje desconocido que intenta poner fin a este vuelo con mensajes de texto manipuladores, amenazas enviadas en momentos escogidos juiciosamente y asesinatos disimulados. Una pasajera muy conversadora, Julianne Moore, y la aeromoza Michelle Dockery se unen a Marks en sus esfuerzos por identificar al misterioso criminal antes de que todos los viajeros se conviertan en víctimas. Por lo tanto la película se parece menos a “Taken” y más a “Murder, She Wrote”.
Es como una rueda giratoria donde los sospechosos siguen cambiando y así poner a prueba nuestras ideas preconcebidas de manera risible – y entre los pasajeros que más diálogo están un educador blanco (Scoot McNairy), un ingeniero de sistema de personalidad difícil (Nate Parker), un cirujano del Medio Oriente con voz dulce enfocado por la cámara con bastante frecuencia resaltando su vestimenta típica (Omar Metwally), un hombre de negocios blanco cuyo ingreso por su más reciente transacción fue mayor que el valor mismo de su casa (Frank Deal), un joven negro testarudo e insolente (Corey Hawkins) y un policía blanco, calvo y que no disimula su machismo pero es secretamente tolerante hacia su hermano homosexual (Corey Stoll). “Non-Stop” desencadena un juego interesante con los personajes y el público, y aprovecha de igual manera para burlarse con un toque cómico de los cinéfilos que sospechan de personajes inocentes.
Este largometraje es lo que podemos llamar pura diversión– lo cual es algo milagroso. “Non-Stop” logra controlarse para no caer en un juego necio y realmente logra hacer del espectador un participe en el juego de descubrir quién es el culpable en este ambiente de encierro por los aires. La diversión y la emoción son restablecidas y la sinceridad es mantenida. Si bien ya no vivimos en un mundo de Presidentes encarnados por Harrison Ford bien pudiera ser que este policía del aire Liam Neeson represente varios pasos de progreso.