Aunque Martin Freeman sea colocado en un cuarto vacío él podrá crear comedia. Las mejores escenas en “The Hobbit: An Unexpected Journey” — una película cuyo potencial no ha sido lo suficientemente explotado – cuentan con muecas, su caminar que hace pensar en Chaplin y su actitud de mezcla neurosis e ironía en partes iguales. Y si alguien nos pidiera que encontráramos alguna falla en “The Desolation of Smaug” el segundo capítulo que es mucho más convincente que “An Unexpected Journey” la respuesta pudiera ser que se siente la ausencia espiritual de Bilbo Bolsón.
El hobbit jovial pero descontento encarnado por Martin Freeman –que ya no tiene la misma importancia en este segundo capítulo de la trilogía de Peter Jackson para distribuir el peso entre los enanos barbudos. Felizmente que esta película no hace alarde de prólogos alargados en torno al “destino de Thorin” prefiriendo enfocar el viaje de los enanos por lugares mucho más interesantes que en la película anterior. Los enanos atravesarán bosques que hacen recordar aquella selva innavegable de “The Legend of Zelda” y visitarán los alrededores de Laketown, una monarquía de hombres de la clase obrera con mucho más vida y bulliciosa que los demás lugares que hemos conocido en esta trilogía. Aunque las cuevas de los enanos fueron sumamente divertidas en “Unexpected Journey” es cierto que en este filme no encontraremos ni una sola aventura en “The Desolation of Smaug” que tenga la menor semblanza con una desviación tangencial. Cada paso que toman los enanos nos acerca a una historia principal más atrayente.
Pero “The Desolation of Smaug” encierra también sus curiosidades. Pese a que la misión de Gandalf de encontrar al Mago sirve para reconectar la trilogía Hobbit con las películas “Lord of the Rings” los saltos ocasionales que se hacen en el largometraje para seguir a las aventuras del mago resultan ser divertidas no tienen mayor brillo. Si bien resulta confortante contar nuevamente con la compañía de los enanos en las aventuras de la Tierra Media, es también fácil de imaginar una versión de esta historia que no tenga nada que ver con personajes como Legolas y Kate...ay, perdón, quise decir Tauriel... y que mantuviera un sentido más completo (y quizás más coherente). La relación amorosa de Tauriel con el seductor enano Kili es sin duda una decisión tomada de repente y que se basa únicamente en aquella regla cinematográfica que dicta que dos personas sexualmente compatibles deben contar con un poco más de acción que los lleve más allá de la acción central.
Sin embargo el crimen más flagrante cometido en “The Desolation of Smaug” es sin duda el haber relegado a Bilbo Bolsón a un segundo plano con lo cual lo vemos convertido casi en personaje secundario. Ciertamente logra mostrar cuán importante es en cuatro oportunidades – cuando salva a los viajeros de su grupo. Pero transcurren lapsos de tiempo excesivamente largos sin que tengamos la dicha de escuchar hablar a este ladrón de ojos saltones. Al volver a tener la atención del público cuando está en ese enfrentamiento en un mano a mano con el dragón Smaug la película vuelve a encontrar una energía nueva y fascinante.
El dragón de Benedict Cumberbatch no hace mucho por disminuir las expectativas – es resbaladizo, sádico, vanidoso, manipulador y vagamente londinense. Pero la tradición supo asegurarse su lugar aquí. La media hora que Smaug se pasa jugando con un Bilbo tímido es aterrante en todos los sentidos. De todas maneras, doce enanos, doce barriles y un río rugiente representan suficiente diversión para realizar el viaje al cine para participar en esta nueva aventura en Tierra Media.