Allí flotando por la superficie de “RoboCop” hay una idea. Un concepto profundo, listo y dispuesto a no escatimar los elementos para ser analizados por los estudiantes apasionados bien sea por la filosofía, la sicología, las ciencias políticas, la física – en fin, una amplia gama de campos. Para simplificar digamos que se trata de responder a la pregunta siguiente: ¿Qué diferencia al hombre de una máquina? Esta pregunta que no sólo es tratada ligeramente en la premisa de base del remake de José Padilha de la película original estrenada en 1987 pero que escuchamos una y otra cuando muchos de los personajes personales hacen esta pregunta. Y luego, pues nadie se preocupa más del asunto.
Pese a los distintos puntos de vista también es verdad que hay elementos en todos los bandos que estarían dispuestos a poner en manos de autómatas la seguridad de las ciudades arrasadas por el crimen. Samuel L. Jackson encarna a Bill O'Reilly un cabeza caliente que no entiende por qué razón América no cuenta ya con policías androides en sus calles. Zach Grenier, en la piel de un senador moralista que se pasa el tiempo palabreando contra la oposición mostrada hacia el movimiento Pro-boCop. Escuchamos los discursos de los expertos, de los políticos y empresarios (un Michael Keaton motivado solamente por el dinero dirige la nefasta compañía OmniCorp...)y los científicos (...a la vez que el experto más inteligente Gary Oldman cuestiona el razonamiento en que se basan las tareas que le han sido encomendadas todo mientras mira de cerca los cerebros de los pacientes y hace pronunciamientos relacionados con la idea del “libre albedrío”), todos afanados por sentar las bases temáticas de la historia. Cada uno de los personajes insistirá que tenemos frente a nosotros una película que trata sobre lo que distingue los seres humanos de la inteligencia artificial. Así que incluso con un cerebro activo ningún robot puede comprender lo que significa tener un corazón.
La verdad es que la lucha del policía rehabilitado Alex Murphy (Joel Kinnaman) — que casi muere en la línea de fuego en cumplimiento de su trabajo y que luego fue transformado en el prototipo RoboCop de la sociedad OmniCorp – no toma parte en las discusiones y preguntas de sus colegas. Murphy atraviesa una transformación física y mental – pierde su habilidad de tomar decisiones al igual que los componentes químicos que generan emociones – y por ende, ha sido robado de su identidad. Pero la transformación de Murphy no implica un periplo para recuperar su alma aunque la película se vende como si enfocara este tema. Hablemos claramente, se trata única y exclusivamente de cómo convertirse en un robot mejor.
Entretanto RoboCop enuncia sus motivos: la esposa y el hijo de Murphy (Abbie Cornish y el joven John Paul Ruttan) lloran la pérdida de Alex y culpan los experimentos capitalistas de Raymond Sellars (Michael Keaton) de haberle deshumanizado a Murphy. En el extranjero los robot asesinos destruyen pueblos pacíficos porque estas maquinas automatizadas no tienen la habilidad para determinar si realmente existe una amenaza. Y al nivel más alto del poder vemos como los personajes que simbolizan el poder y el dinero Sellars (Michael Keaton) y Pat Novak (Samuel Jackson) son quienes hablan con más fuerza, justificando literalmente su agenda con un llamado a todos los opositores para que dejen de lloriquear y quejarse. A decir verdad, “RoboCop” sí tiene algo que comunicar al público.