La última vez que vimos a nuestros héroes habían derrotado sus adversarios durante los 74º Juegos del Hambre, regresado a sus residencias recientemente renovadas en el Distrito 12 y habían sucumbido al canibalismo inducido por el síndrome de estrés pos traumático. Y henos de regreso ante la gran pantalla listos para acompañar a la lacónica Katniss Everdeen y su atractivo novio Peeta Mellark mientras se preparan para la segunda vuelta en los campos de la muerte creados por el Capitolio.
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Pero no ande con apuros porque tendrá que esperar una buena hora y media antes de que los luchadores estén de nuevo en la arena. Sin embargo el tiempo que pasamos junto a Katniss y Peeta antes del anuncio de su nueva participación en los Juegos de la expiación avanza con una fluidez maravillosa. De hecho, esta parte contiene los comentarios más interesantes de la película sobre temas tales como la celebridad, la telerrealidad y los medios, sobrepasan significativamente el aspecto satírico de “The Hunger Games” mientras vemos a Katniss debatir con las responsabilidades derivadas del hecho de ser el ídolo de Panem. ¿Optará ella por someterse a las reglas establecidas mientras permite vanagloriarse ante los aplausos del público y manteniéndolo bajo su encanto con sus sonrisas y gestos glamorosos? ¿O mostrará ella tres dedos al aire para exprimir su oposición a la máquina por la cual ella ha sido aspirada? Es una batalla que la verdadera Jennifer Lawrence probablemente habría manejado con reprobaciones a los medios o algún comentario chistoso sobre los sandwiches, o alguna otra cosa… Pero en este caso los retos que enfrenta son mucho menos exigentes. Harvey Weinstein no amenaza con matar a su novio secreto.
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Durante este capítulo Katniss debe también enfrentar dificultades más personales: su devoción hacia Gale (a pesar de su incapacidad de comprometerse con la idea del amor) y su familia, sus sentimientos complicados y moralistas hacia Peeta, sus remordimientos en lo que tiene que ver con la muerte de Rue y su ardiente deseo de escapar de la vista pública y del Capitolio. Frecuentemente el estado depresivo y la culpabilidad más allá del sentimentalismo con aroma de rosas. Sus escenas dignas de una telenovela con un Gale recubierto de hollín sobrepasa los límites del exceso romántico, y su única salvación proviene del carisma de la estrella Jennifer Lawrence. Es sentimental, pero nunca de más.
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De hecho, “Catching Fire” es una obra maestra en el sentido que logra empujar los límites al máximo hasta que finalmente llega al punto de rendimiento decreciente. El director Francis Lawrence alberga un ambiente que incita a los espectadores a investirse emocionalmente, pero sin imponer demasiado realismo para no caer en un terreno excesivamente violento. “Catching Fire” permanece en un estado de ensueño, lo cual contrasta de manera viva con la característica severa y gutural de “Hunger Games”, una característica que le robó al filme la fuerza vital que la autora Suzanne Collins le había inyectado en su primera novela.
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Una vez transportados dentro de la arena estamos listos para la diversión. Katniss, Peeta, sus aliados y sus enemigos emprenden un recorrido espeluznante que parece perfecto para convertir en video juego derivado. A partir de ese momento nos damos cuenta que hemos pasado justo el tiempo necesario para reforzar nuestros lazos con los personajes secundarios – el desagadable Finnick, la discordante y muy provocadora Johanna, los ases de la informática Beedee y Wiress —, pero no lo suficiente para disipar el misterio entorno de las verdaderas intenciones (que se tornan mas y mas enigmáticas a medida que la película avanza).
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Pero “Catching Fire” no enfoca a alcanzar la grandeza absoluta. Nos divierte y nos hace cómplices de la historia al involucrarnos con los personajes y las circunstancias, todo a la vez que se respectan los límites de lo que podemos esperar de un filme “Hunger Games”.