La génesis de “47 Ronin”, del estudio Universal, es casi tan trágica como la verdadera historia en la cual se inspira la película. La historia que ha circulado es que Universal descubrió un gran talento cuyo nombre es Carl Rinsch, cuya experiencia no iba más allá de algunas publicidades y un hábil cortometraje. El estudio decidió introducir al novato en el mundo del largometraje dándole carta blanca para que se encargara de dirigir una fantasía épica multinacional sobre samuráis. Aunque parezca casi imposible el largometraje no es un desastre total sino un pequeño desastre.
“47 Ronin” sigue la historia clásica de una banda de samuráis que caen en desgracia y que unen fuerzas para vengarse de un señor guerrero que traiciona y mata al líder de ellos. Pero no se trata de la versión de la historia posiblemente conocida por el abuelo de algunos espectadores. 47 Ronin es un asunto internacional recubierto de una fina capa de laca de misticismo japonés y una espesa capa de laca hollywoodense, pero el encuentro entre el Este y el Oeste resulta bastante incómodo y esto se debe principalmente a Keanu Reeves. No hay duda alguna de que el personaje que encarna fue colocado a la fuerza en una historia que no tiene lugar para él y se nota demasiado, los lugares donde las costuras fueron estiradas para crear espacio para él en el guión. Keanu Reeves encarna a Kai, un huérfano mitad japonés, mitad ingles que fue adoptado por el clan de samuráis. Su personaje no tiene ninguna gran utilidad a parte de mostrar su piel blanca, de pelearse hasta la muerte de su adversario y de ser la estrella masculina de la historia de amor más superflua del año. Carl Rinsch sencillamente no logra incluir el personaje de Kai de manera natural, y la incorporación de este personaje tiene todas las apariencias de ser una decisión muy calculada del estudio. Es una vergüenza que el largometraje pasa tanto tiempo enfocando a Keanu Reeves cuando la verdadera estrella es sin duda alguna Hiroyuki Sanada, quien es el más convincente en la piel de un estoico samurái.
Otro aspecto vergonzoso de la película es que a pesar de haber incorporado tanto misticismo en la historia no haya magia alguna en lo que viene siendo el corazón del largometraje, es decir los personajes conocidos como los ronin. La única característica de personalidad que pueden tener los samurái parece ser el estoicismo infalible, y entre todos los 47 ronin, solamente tres parecen tener los rasgos que van más allá de tener que siempre poner cara de estar de mal humor y hartos. Cuando llegan los créditos al final de la película lo único que recordará serán estos tres samuráis y unas horas después ya no quedarán huellas de ellos en su memoria. Por suerte Rinko Kikuchi, en la piel del mago peligroso y desleal alcanza a darle un toque de comicidad y personalidad a lo que puede describirse como unos personajes humanos fácilmente olvidables.
Y en pocas palabras eso es lo que ocurre con “47 Ronin”. Es una película que podemos descartar de la memoria. Cuando se hace una largometraje sobre una leyenda histórica como el cuento de los 47 ronin, una historia que ha sido contada una tras otra vez a lo largo de los años es realmente de suma importancia que se pueda justificar la nueva versión. Existen ya tantas películas consagradas a este cuento y “47 Ronin” no añade absolutamente nada significativo a la leyenda. Promete entrelazar el mito con la historia verdadera pero lo hace de manera torpe, y bien que algunas escenas lo dejaran sin aliento – especialmente cuando los ronin logran entrar sigilosamente en una fortaleza súper protegida la película es aburrida desde el momento que no se oye el ruido metálico de las espadas.
47 Ronin es un largometraje que contiene varias historias. Se trata de la historia de la venganza de 47 samuráis que pierden a su líder y también la historia de un director y creador sin experiencia que termina arrollado por la enormidad de un largometraje para gran público. Pero encima de todo es la prueba de que nunca se debe forzar la presencia de Keanu Reeves en un largometraje que no necesita realmente de él. Lo que queda es una historia de samuráis sin brillo y abultada que tiene sus buenos momentos, pero que da la impresión de ser enormemente inútil.